"Despertar de una razón humana"
Relato de Osmar Rodolfo Madsen
1998


Capítulo 9

Como el gran amor que se forma entre dos seres muy diferentes,
conservando cada uno su identidad y frescura, pero
eternamente enamorados e inseparables, amándose infinitamente.


Novena noche. Un día placentero. Hoy excursión lacustre.

Enciendo mi pipa como tantas veces lo hice hoy al contemplar al lago sereno, sin olas que acaricien las costas, un espejo rasgado por algún que otro catamarán, lancha o velero. Pero como si fueran pequeñas heridas que rápidamente son sanadas por el propio lago, que es inmenso, la superficie vuelve a su quietud.

Se asemeja a mi ser inmenso, que es capaz de sanar cualquier herida que se produce en algún corazón por la rasgadura que haya sufrido. Siempre por mi inmensidad puedo aquietar las aguas, sanando rasgaduras propias o ajenas.

Me senté, desde la vuelta de la excursión, en el balcón con una silla del comedor para contemplar todo el proceso del atardecer y aproveché la oportunidad para fotografiar ciertos momentos especiales, mientras hacía un repaso en mi imaginación de situaciones vividas en el lago durante el transcurso del día.

Desde hora temprana emprendimos el paseo en catamarán desde un puerto que está a veinte kilómetros de la cabaña. Una bahía de ensueño, no cabe otro calificativo, cuando de naturaleza uno se rodea.

Mientras navegábamos el guía iba explicando sobre el significado y origen de los nombres de islas, puertos, personas que hicieron patria, colonos que hasta ofrecieron su vida y las de su familia a favor de este lugar tan natural y que hoy podamos apreciar con tanta belleza.

Justamente en una isla, que alcanzamos después de varios minutos de navegar, descansan los restos de una de esas familias pioneras creadoras de los parques nacionales, le brindamos un homenaje al pasar cerca de las tumbas donde descansan los restos mortales, disminuyendo la velocidad de navegación, bocinazos de catamarán y un aplauso intenso y respetuoso hacia sus seres inmortales, vaya uno a saber ocupados en qué.

Después de una hora de navegación por uno de los brazos que posee este gran lago, después de apreciar distintos accidentes geográficos, llegamos a uno de los puertos de destino. Allí, por diferencia de coloración de aguas, se visualizaba la confluencia de un río que provenía de otro lago. Estas aguas, ambas de distinto color, permanecían unidas, abrazadas una a la otra, sin mezclarse porque las dos eran muy diferentes, pero siempre juntas eternamente. Esto traería una reflexión en mí.

Desembarcamos, luego subimos a un pequeño micro que nos llevó a uno de los puertos del otro lago, más pequeño, pero lago al fin, porque sus aguas de distinto color y conformación a través de un río se unía al gran lago.

Embarcamos en una pequeña embarcación, para navegar las hermosas aguas de este lago menor pero con una belleza sin igual, un color muy especial generado por la suspensión de minerales provenientes de las montañas que dan origen al río que la alimenta.

Fuimos al otro extremo, a su otro puerto, donde hay una aduana, ya que a tres kilómetros está la frontera con nuestro país vecino.

Volvimos nuevamente al puerto de partida con la pequeña embarcación, subimos al micro, recorrimos un camino angosto y sinuoso entre arboles autóctonos de la región bordeando al río que posibilitaba la unión de las dos aguas diferentes.

Almorzamos antes de continuar con el paseo, fuimos a caminar por un sendero de seiscientos escalones de subida, en su trayecto íbamos siguiendo, corriente arriba un río en cascada. Otra belleza imperdible con cuatro miradores en el total de la subida por el sendero, rematando en un lago a casi novecientos metros sobre el nivel del mar que daba origen al río con sus cascadas que desembocaba en el gran lago.

Al salir de puerto con el catamarán nuevamente me llamó la atención los dos colores de agua que se veían, una maravilla con cierto aire de magia, allí estaban los dos unidos armoniosamente pero conservando cada uno su identidad, como los grandes amores que se forman entre dos seres muy diferentes, conservando cada uno su identidad y frescura, pero eternamente enamorados e inseparables, amándose infinitamente.

En todo el viaje de regreso y durante la contemplación del atardecer desde mi balcón, me quedé pensando sobre lo difícil que resulta unir dos seres muy diferentes, pero la ternura infinita posibilita un gran amor eterno.

Ahora son las dos de la madrugada, miro desde mi balcón y la posición de la luna es exacta para una toma fotográfica del gran lago plateado. Saco la fotografía y me dispongo a dormir.


Ir a página principal del Relato